en sombras fugaces
que navegan sobre un mar en calma
incapaz de disolver las multitudes
que rumian el asfalto y esconden la calle.
Los que hablan no dicen nada,
los que escuchan parece que están en un rincón
con los brazos cruzados,
aferrándose los hombros con las manos,
mirando al infinito
con una furiosa ráfaga de viento negro
y vacío que los encierra como a átomos
en una trampa de iones,
dejando que el impacto de la lluvia
suene con un gemido que solidifica las gotas
y regala una sonrisa devastadora.
Pascual Herrera
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